Asegura el doctor Gary Small en su libro “El cerebro digital”18, que “la
actual eclosión de la tecnología digital no solo está cambiando nuestra
forma de vivir y comunicarnos, sino que está alterando, rápida y
profundamente, nuestro cerebro”. Y entre las consecuencias prácticas
de este hecho menciona una que nos interesa destacar: “además de
influir en cómo pensamos, nos está cambiando la forma de sentir y
comportarnos”.
Nuestros hijos e hijas forman parte de la Generación Interactiva, caracterizada
porque a la alta posesión de pantallas y tecnologías digitales le
han añadido nuevas maneras de relacionarse entre los seres humanos
gracias a ellas. Utilizan e incluso dominan los medios de producción
digital: cámaras de foto y vídeo, programas para el tratamiento fotográfico,
la edición de vídeo o la creación de páginas web. Es decir, no son
solo consumidores digitales, como muchos adultos, sino que también
producen. Y sus producciones acaban en Internet para el consumo de
otros internautas: sus “amigos” en la red social, sus vídeos en YouTube
o sus fotos en Flickr, etc.
Podemos decir, a la vista de los datos de nuestros estudios, que estamos
ante hijos 2.0 de unos padres que son, a lo sumo, 1.0
C,G,
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